Cómo llamar a estas historias (y para qué suceden)
Hace unas semanas en San Cristóbal de las Casas conocimos en un colectivo a una hermosa familia de tres generaciones.
Abuela, hija y nieto nos abrieron las puertas de su corazón y de su hogar.
Eva, la abuela, nos hizo la comida y nos invitó a brindar con su mejor tequila mientras nos hablaba de su historia.
Entre sorbo y sorbo, nos regaló un mensaje que voy a atesorar:
”Niñas, no vivan con el corazón cerrado por el miedo. Vivan. Den sin esperar a recibir”.
Su energía maternal fue un bálsamo para nuestros corazones aventureros que echaban de menos el calor del hogar y la sabiduría femenina.
Después llegamos a Ciudad de México y en Xochimilco conocí a Liliana.
Regentaba un puesto de herbolaria.
Ella hablaba de la cocina de la abuela.
Donde aprendió a utilizar las plantas y las manos para sanar cuerpo y espíritu.
Me hubiera quedado horas hablando con ella. Su energía y sus manos, efectivamente, me sanaron.
Me hizo un masaje con aceites esenciales mientras me traducía lo que mi cuerpo le iba contando.
Creo que no fue casualidad que la semana pasada os hablara de mi cuerpo y que luego la conociera.
A ésto se le llama sincronía, es aquello que llega aparentemente de casualidad, pero justo en el momento en el que estás preparada para apreciarlo o dar un paso.
Julia Cameron, en su libro El Camino del Artista, utiliza una frase que lo resume maravillosamente: “Tírate y aparecerá la red”.
Nosotras cambiamos y el universo lo asume, y empieza a ponerte cosas, personas o situaciones delante que te llevan hacia allí.
Quizás te suena algo loco, pero si en el fondo de ti hay algo que asiente ante lo que digo, sigue leyendo.
No me voy a poner a hablarte de herbolaria indígena, porque ni yo sé de qué hablo, pero sí de sincronías.
Esa misma tarde nos marchamos de Ciudad de México y fuimos dirección a Puebla, donde Ana Isabel y su familia nos acogieron en su hogar.
Llegamos de noche y no fue hasta el día siguiente que pude apreciar la preciosidad del entorno.
Mirando al Popocatépetl, un volcán activo que humea imponente, me di cuenta de que tenía frente a mí una gran fuente de inspiración vital.
Naturaleza en forma de fauna y flora.
Amor en forma de familia y amistad.
Pertenencia en forma de entorno acogedor e impulsor.
Ana Isabel es fundadora de Casa Bonoba, un espacio en construcción para mujeres en el que caben tanto las voces reivindicativas como las mediadoras. Mujeres que como yo, andan buscando un lugar seguro.
Es una tribu, un entorno, una red, un hogar al que pertenecer tal y como seas aunque no tengas ni idea de quién seas.
Si te interesa, te animo a que la bichees en instagram @casabonoba
Y efectivamente, aspiro a formar parte de algo así. Un lugar en el que poder ser, en el que apoyarnos y sostener nuestra diversidad de dones, creencias y necesidades.
La historia de estas mujeres con las que hemos conectado, no ha tocado mi corazón de casualidad. Lo ha agitado, ha despertado sueños que estaban dormidos y ahora éste me pide movimiento.
Cuando por fín abrimos el foco de nuestra atención hacia adentro, podemos correr el riesgo de dar con nuestra verdad, con aquello que es importante y valioso para nosotras mismas.
Y digo riesgo, porque no siempre es algo fácil de transitar o agradable.
Ser conocedoras de nuestra verdad implica responsabilidad.
Esto es lo que ocurre con las sincronías: Que nos ponen a trabajar.
Te iré compartiendo más sobre el trabajo que empiezo a poner en marcha dentro y fuera de mí.
Te abrazo.